
¿Puede ser el encuentro sexoafectivo sentido y consciente, el encuentro tántrico, una profunda forma de meditación?
El tantra es un yoga, e igual que él, es más que una práctica. Es una forma de estar y relacionarse. Lo que me parece interesante de la propuesta tántrica es que pone la mirada explícitamente en la presencia, en lo que se despierta dentro, en exaltar eso que soy, sea lo que sea lo que ocurra, intentando dejar de lado lo "negativo" o "positivo" de la circunstancia. Supone extasiarse con mi ser, haya lo que haya en mi interacción. Esto es complicado de entender y más aún de transmitir, porque cuando percibimos las cosas con dolor, lo último que se nos ocurre sería hablar de exaltación de lo que somos. Más tarde este punto quizás se aclare algo.
Como todo yoga, el núcleo del tantra es la meditación. Podemos meditar de muchas formas; incluso puede ocurrir sin saber nada de meditación. Contemplando, por ejemplo, un paisaje o en una mirada a los ojos, puede que, sin saberlo, entre en un estado meditativo. Cuando es así, puede ser corto y quizás no acabe de entender cómo poder hacerlo por mí mismo, sin necesidad del estímulo externo que lo gatilló. La meditación no se controla. Simplemente buscamos, con las diversas técnicas, favorecer entrar en un cierto estado meditativo y sostenerlo.
Gracias a una técnica llamada regulación emocional (que, por cierto, es tan altamente efectiva como poco conocida), pude llegar más lejos en eso que llamamos meditar y que había aprendido en el yoga y en los libros clásicos. La explico sucintamente: hay experiencias que nos gatillan (por nuestro condicionamiento mental) emociones que nos desbordan y resultan dolorosas. La regulación emocional busca simplemente calmar una emoción que te desborda por medio de sentirla plenamente en el cuerpo, sin oponer resistencia a las señales interoceptivas (ya se habla desde hace tiempo de un sexto sentido: la interocepción).
La teoría de la técnica de regulación emocional dice que, cuando el cuerpo encuentra un camino interno donde antes había un bloqueo, este "se expresa" de forma natural y se aminora o desaparece la emoción gatillada por nuestro condicionamiento. Como efecto colateral, si lo practicamos en ocasiones similares, podemos reforzar un camino interior que nos permita liberarnos definitivamente de ese condicionamiento.
Pues bien, después de aplicar ese mismo principio de fluidez de la "energía" corporal y no intervención a la meditación diaria, llegué a una forma de meditar que me pareció, y aún me parece, profunda y liberadora. Consiste en permanecer en silencio, sin movimiento muscular voluntario, con la espalda erguida, normalmente sentado en posición sencilla (pero podría hacerlo en una silla), percibiendo esas señales que capta mi sexto sentido, hasta sentir mi dolor, mi rabia, mi frustración y dejar que evolucione la señal corporal, seguirle la pista a ese sentir interno sin frenarlo. Seguirlo como si fuera un hilo de Ariadna. Seguir y seguir, sin (¡muy importante!) frenar o cortar el malestar que me cause, hasta percibir con claridad cómo desemboca en otra cosa: cómo al final del hilo hay una suavidad, una sonrisa, un gozo. Repito: especialmente importante es no frenar o cortar ese movimiento interior, ni por búsqueda del llanto, risa o racionalización (esto es casi obvio), pero tampoco por medio del control de la respiración. Nada de respirar profundo, rápido o seguir alguna técnica de pranayama (como estamos acostumbrados en prácticas de yoga).
¿Por qué es todo esto tan significativo? Hubo un tiempo en que pensaba que la meditación conseguía transformar mi estado negativo, transmutar algo de dentro, hacer salir lo "bueno", acabar con lo "malo", por medio de la respiración profunda o el movimiento, pero ahora ya no lo miro de esa manera. Estoy casi convencido de que esos estados "malos" y "buenos", "negativos" y "positivos" están enlazados como el yin y el yang, y que lo que necesitamos es saber surfear por ellos y movernos así de un extremo a otro. Si hacemos algo por apaciguarnos, cortaremos el camino natural que nuestro cuerpo nos ofrece, y creo que cortaremos así el verdadero proceso meditativo.
Hoy por hoy, lo que esta forma de meditar me ha permitido descubrir y experimentar es que:
El dolor es la tensión que quiere abrirse en placer, como un orgasmo.
La rabia es energía para saltar y alcanzar la carcajada.
La frustración es la consciencia de tu amor y tu tenacidad por algo.
La tristeza es la alegría de saberte vulnerable y, por tanto, sensible.
Como meditar es una aventura y una investigación, el hacerlo de esta manera me permite también tirar del hilo al revés, desde lo grato hasta lo "ingrato". Me siento maravillosamente bien y me dejo fluir a ver si me encuentro con una de mis "negatividades" y saber qué pasa. Y sí, acontecen, vienen a mí, las descubro, aunque no son tan "embargantes" como cuando se gatillan en el mundo de afuera. Pero si sigo tirando del hilo, acabo de nuevo en un lugar de paz, y si vuelvo a seguir, de nuevo, algo "negativo" aparece y, de vuelta, más paz y gozo, hasta que me parece llegar a un lugar de éxtasis. Parecería la última parada. Quizás es que simplemente decido apearme allí. Confieso que me apego a ese éxtasis (la carne es débil) y no sigo buscando más.
Este descubrimiento me hace ser optimista, aunque no siempre me doy a ese proceso porque, a veces, me vuelvo perezoso y me da por recrearme en mi dolor o mi bloqueo. Sueño que algún día se automatizará y quizás sea la forma de liberarme del conflicto en el sentido que decía Jiddu Krishnamurti.
Pero, ¿todo esto qué tiene que ver con la sexualidad sentida? Pues la relación la encuentro yo en el hecho de que el encuentro sexual sentido aparece libremente movido por nuestra energía interna, y si nos dejamos llevar por ella (no por lo que la parte lingüística nos dice), podemos observar cómo pasamos de estados "dolorosos" a estados de éxtasis; sentimos tristezas que devienen en ternura, transformamos la rabia en fuerza de gozo para ambos y podemos dejar atrás y limpiar vergüenzas y frustraciones de una manera natural, como hace la meditación que explicaba más arriba. Lo que hace difícil entender esta relación entre sexualidad y meditación es el propio fuego natural de la primera. Fuego que es movimiento. La mayor parte de las tradiciones (no todas) experimentan la meditación con quietud física y silencio, simplemente porque es más fácil así conectar contigo, no porque sea una condición necesaria. Esto, en la sexualidad, no es posible. Su naturaleza es movimiento, muy alto movimiento. Pero un movimiento emanado del cuerpo más profundo nos llevaría al mismo proceso que explicaba antes.
Finalmente, podemos encontrar en ese espacio de sexualidad sentida y consciente un lugar donde la palabra puede ponerse al servicio de nuestro ser profundo, de esa energía verdadera que nos recorre cuando estamos plenamente presentes. Es ahí donde siento que nace lo que yo llamo el tantraor, la palabra que se articula como fruto de ese estado meditativo, de ese estado mágico.
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